Recuerdo que se acercaba como un swing, dulce, sonoro, con
olor a flores maduras y sudor de mujer. Montaba sus dedos sobre el linde de mi
sonrisa y la verdad que ocultaba: mi miedo a seguir oyendo el repiqueteo de sus
uñitas de niña sobre la mesa... Era verdad, yo estaba allí y moría con cada una
de las rayitas de su iris de miel. Y, cómo no, era verano, y apretaba un viento
tibio que rellenaba su presencia, también de niña. Yo no podía dejar de sudar mientras la música
moría tras su sonrisa. Por qué ella? El destino acostumbra a fastidiarme pero
no hasta tal extremo, no hasta el punto de convertir los segundos en horas al
vacío, en constantes tientos dubitativos. Sabía que a partir de aquel momento
no iba a poder apartar su recuerdo efervescente de mi consciencia, sabía que
siempre iba a estar ella allí, pegada a mi frente, que es como imagino la
presión de sus ojos, renovada y eterna, vigilante y tenaz.
Greta se llamaba, y no se molestaba ni en disimular sus
intenciones. Tan dulce era, tan intemporal, como un hada inmortal. Me esfuerzo
por intentar recordar cuándo fue que su persona se despegó de la masa de carne
que conforma el resto del mundo que, por su culpa, ha dejado de importarme. Su
recuerdo me ha ido perforando como un fenómeno acuoso, como el viento erosiona
las rocas. Hormiguita ella, se metió un día en mi terrario y sin saberlo
flanqueó la alarma del peso de mi edad y mi razón. Y aquí se instaló, y yo sin
quererlo. Todo mi esfuerzo se concentra
en encontrar una fórmula para el olvido si es que existe. Pagaría con mi alma
por obtener tal mezcla, sortilegio o remedio de curandería. Y a través de mis ojos
cansinos la veo y la recorro, intentando culparla de mi deformidad, echándole
en cara que soy un monstruo a causa de su belleza. Busco amagos de muescas del
tiempo en su rostro y al llegar a su boca su risita tintineante me destroza el
tenderete y me pierdo, me desarma y abandono.
Su tacto era salvaje y almizclero. Cómo no, joven! Siempre
el mismo obstáculo entre nosotros, insalvable. Déjame saborear con la
imaginación tu piel y los escalofríos que la recorren, tus pecas, tan
infantiles de nuevo sin maquillaje, sin embudos, piel a secas. Rodillas
huesudas de juguete. Cómo anhelo acariciarlas… Y mi ansia sin remedio se trunca
en la conciencia del tiempo vivo y la imagen muerta. Tú siempre serás una niña
y yo estoy condenado a seguir viviendo sin ti, contemplando esta foto inmortal
que sujeto con mis manos temporales. Te añoro, Greta.
Ilustración: Morcimen - Texto: La Brujita Ye-Ye