Si ya es difícil mantener una
relación con alguien cuando todo funciona, cuando la economía y otras estrellas
del firmamento de la crisis se alinean, la relación puede llegar a convertirse
en un infierno. Ésta es la historia de Cati, una chica menuda y tímida,
trabajadora y discreta que llevaba años de matrimonio con Esteban, un hombretón
fanfarrón y zalamero con el que se casó como se hacía antiguamente: por un
matrimonio de conveniencia pactado ya mucho antes de la concepción de nuestra
protagonista, mal comienzo por ser suaves. Durante años Esteban se mostraba orgulloso
ante los demás de su bella e inteligente mujer, una chica laboriosa, ahorradora
y con grandes dotes para conciliar la vida laboral y familiar sacando tiempo de
sus horas de sueño para que nada faltara en la vida de su marido. Esteban no
era un hombre cariñoso, era más bien uno de esos maridos emocionalmente perezosos, conformados con una
relación apacible que disfrutaba de sus momentos cotidianos: el fútbol, los
amigos en el bar y su cena impecablemente servida siempre que llegaba a casa.
Mantenían una relación cordial a pesar de los recelos de Cati que no veía con
buenos ojos un pequeñísimo defecto que la preocupaba sobremanera en su marido:
era un derrochón. Su cuenta corriente fluía a través de incesantes subidas y
bajadas de saldo creando meandros que daban vértigo los últimos días de mes
cuando el caudal bajaba en picado. Pero Cati era previsora y siempre cubría la
cuenta con el saldo necesario para que todo quedara pagado y en paz. Esteban
estaba acostumbrado a que su mujer se encargara de la supervivencia doméstica y
no le molestaba en absoluto que ganara proporcionalmente más que él, que era el
hombre de la casa, porque al fin y al cabo eran una pareja moderna y solvente.
Cati por su parte siempre había demandado un poquito más de independencia para
hacer algún curso de idiomas o para poder ir al gimnasio pero en ese aspecto
Esteban era tajante: no le hacía falta, ya estaba bien así, para qué necesitaba
aprender más o estar más en forma, eso no aportaba nada a su relación, a él ya
le gustaba Cati como estaba. Era mejor destinar el dinero a otros fines más
prácticos como comprar una casa nueva en las afueras porque, qué coño, una
hipoteca era pan comido para él, sin preocuparse nunca de cómo se acababa
pagando todo, sin sufrir por las algebraicas operaciones que su mujer elaboraba
para que todos sus gastos estuvieran siempre cubiertos. Ella había intentado en
numerosas ocasiones hacerle partícipe de su plan económico, quería que Esteban
se implicara en la estructura de su relación, pero era inútil, él confiaba de
forma egoísta en Cati sin querer asumir un ápice de responsabilidad, quería
vivir tranquilo e ignorante. Su historia siguió el curso de un matrimonio común
con sus riñas de vez en cuando, sus tiras y aflojas sobre las propuestas de
Cati para crear un fondo de ahorros, para poder tener más tiempo para ella pero
al fin y al cabo ella tampoco se atrevió nunca a plantarse y reclamar más
libertad dado el carácter conservador aunque vivaracho y sociable de su cónyuge.
Durante una de esas temporadas en que Cati pasaba más de dos días sin hablarle,
él la sorprendía con concesiones que la animaban a seguir con él, en regalitos
estúpidos que hubieran hecho feliz a cualquier joven casquivana sin la
experiencia y la madurez de Cati. Pero sucedió, como en todos los cuentos con
final infeliz, que Esteban era tan superficial con su vida conyugal como con su
trabajo y llegó un día en que alguien decidió prescindir de sus servicios y se
quedó en el paro, con una mano delante y otra detrás porque nunca le había dado
por ahorrar y era un despilfarrador nato que llevaba años viviendo de las
matemáticas de su mujer. Entonces con una dejadez fuera de medida y una frialdad
que asustaba por su ingenuidad manifiesta declaró ante amigos y conocidos:
- “Qué coño, entre el paro y el sueldo y los ahorros de mi mujer seguro
que vamos tirando, total, toda la vida trabajando bien me merezco unas
vacaciones.”
Y Cati siguió aguantando una temporada más, a
ver si pasaba su crisis pero tal y como ella previó y muy a su pesar, la
situación entre ellos siguió recrudeciéndose al ver Cati que tenía que trabajar
el doble para mantener a su marido que no movía un pulgar ni para cambiar el
canal de la tele. Así que un día, pasados ya dos años desde que su marido se
quedase sin trabajo y ante la expectativa de mantener a un parásito sin
ambiciones ni propósitos, se armó de valor y le dijo que lo dejaba, que no
quería seguir siendo su mujer, que necesitaba su independencia y que quizá más
adelante podrían ser buenos amigos porque hacía muchos años que vivían juntos
pero que eran ya demasiado diferentes para seguir como pareja, que tenían
intereses muy distintos y que ya incluso no hablaban la misma lengua. Él se
quedó perplejo, sabía de la necesidad de espacio de Cati pero nunca supuso que
se plantaría con tanta templanza. Al principio fue precavido e intentó
convencerla de que se lo pensara mejor, pero Esteban le había enseñado tantas
veces la patita por debajo de la puerta que Cati ya no veía más que al lobo que
se estaba zampando su rebaño a dos carrillos. Entonces, ante la negativa de
Cati de intentar una reconciliación se manifestó en Esteban el verdadero gañán
que llevaba dentro insultando y amenazando incluso con enviar a la Guardia
Civil o al Ejército a quien había estado a su lado durante tantos años,
soportando su ineptitud, su incapacidad para solucionar problemas, arreglando
aquello que Esteban era incapaz de asumir como un conflicto. Llegaron a la
violencia de género geográfica ya que Esteban consideraba como propios por
derecho de pernada el tiempo, el dinero y el espacio físico y emocional de su mujer.
Esteban creía de forma casi religiosa que Cati le debía rendir pleitesía en lo
bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad y que si su imperio caía,
debían caer los dos. Pero Cati no pudo contener su rabia por más tiempo, si
ella podía salvarse por qué condenarse dilapidando esfuerzos y recursos con
alguien que nunca había creído realmente en ella, que no la veía en toda su extensión,
que no comprendía las capacidades y aptitudes que poseía aunque las utilizaba
con voracidad y soberanía injustificadas. Así que Cati, echando mano de su
secular paciencia y sabiduría, propuso un referéndum pacífico para demostrarle
a Esteban que ya estaba harta de tanta subordinación y descalabro. Pero no
consiguió arrancarle a Esteban más que una mueca de desprecio bajo su bigote
fascista, no hizo más que provocar una risotada mal compuesta que escondía el
terror a la soledad más inclemente, al abandono más terrorífico de tener que
apañárselas él sólo y para siempre desde ese momento. Esteban reclamaba con
argumentos torpes los derechos conyugales:
-“Hasta que la muerte nos separe
y porque me lo debes, porque eres mi mujer ante los ojos de Dios y de los demás
y porque no vamos a provocar un escándalo que acabe con mi reputación. Cati,
ahora más que nunca tenemos que estar unidos, que todo el mundo sepa que somos
un equipo, que vamos a librar esta batalla juntos. Tienes que demostrarme ahora
tu nobleza y tu devoción”
-“No, Esteban, estoy harta de
sacarte las castañas del fuego, de pagar tus impuestos y tus equivocaciones, de
asumir responsabilidades que no son mías y no obtener ninguna recompensa a
cambio. Ni siquiera sabes poner la lavadora, ni ir a comprar. Te escandalizas
con el precio del pescado pero quieres comer lo mejor, exiges un menú de rico y
piensas como un pobre, te comportas como un burgués e ingresas como un mendigo,
demandas justicia como un magistrado a cambio de un vandalismo gratuito que a
mí, te lo digo ya claramente, ni me interesa ni me importa: haz con tu cuerpo y
con tu vida lo que quieras pero déjame en paz, tu y yo ya no hablamos la misma
lengua.”
Ante lo tajante de sus palabras
Esteban quedó mudo y desarmado por dentro y hecho una furia y una máquina de
propinar injurias sin ton ni son por fuera,
dejando a su aún mujer como una loca desagradecida delante de vecinos y
conocidos, amenazando en público con colocarle una letra escarlata para que
todos supieran lo que era: una mujer ingrata.
Pero a Cati, la verdad, le dio lo
mismo y siguió a lo suyo: recuperarse como persona a su edad, arrepintiéndose
de no haberse plantado antes de que la despojaran de su autenticidad. Ahora
recobraba su capacidad de superar cualquier obstáculo librándose del lastre de
lo innecesario y sabiendo que un futuro complejo y de continuas batallas
legales se le venía encima pero con la seguridad de poder aplicar un criterio
justo y legítimo ante los conflictos previstos.
Las relaciones políticas tienen
una cosa: que el dinero corrompe y las más de las veces puede más la avaricia
que la tolerancia y ahora tendremos que seguir viendo las noticias y luchando
por nuestra identidad con más maña que fuerza a ver si nos dejan de una vez auto
determinarnos puesto que, sinceramente, no hay derecho a que una quiera
separase y porque su marido diga que no, que se lo debe, ella tenga que
aguantarlo hasta caer fulminada. Y realmente es necesario llevarlo a los
tribunales? Pero qué pasa con las personas que ya no somos capaces de resolver las
cosas a través del diálogo? De qué nos ha servido estudiar tanta historia y
tanto latín y tantos idiomas si tenemos la boca para insultar, amenazar y
comer? Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y quizá los catalanes tengamos la esperanza puesta
en un futuro libre pero desde luego, después de cómo nos están hablando no
esperamos una reconciliación pacífica y sin rencores. Pero bueno, mejor solos
que mal acompañados, no? Y es que la ignorancia es tan atrevida…